El dolor crónico se diferencia del dolor agudo no solo en su duración, sino en el hecho de que deja de ser un síntoma para convertirse en una enfermedad, que podrá afectar en mayor o menor grado a quien lo padezca de acuerdo con la forma en que cada quien decida vivir su dolor.
El dolor es algo que
probablemente usted no sepa definir pero con seguridad si sabe cómo se “siente”.
Tener dolor es algo que para muchos ocurre de forma accidental, episódica o circunstancial,
pero para otros va más allá de eso, se trata de un molesto compañero, demasiado
constante y tenaz del que no resulta fácil deshacerse.
Algo interesante a la hora de
trabajar con personas afectadas por dolor crónico, ese que se queda y persiste
por meses o incluso años, es que en ocasiones médico y paciente no van por el
mismo camino ni tienen los mismos objetivos.
El médico piensa en las
consecuencias para la salud tanto del dolor en si como de la medicación que está
prescribiendo para tratarlo, en el plan de tratamiento y en las otras medidas
que debe incorporar como la dieta, el ejercicio y la rehabilitación.
Los objetivos del paciente van transformándose
con el paso del tiempo, al principio es librarse del dolor, luego aliviarse,
por ultimo poder saber quién se hará cargo de él, como afrontara los problemas de
salud en adelante sin llegar a ser una carga para los hijos, los padres, la
pareja o el núcleo familiar cercano.
Tener dolor lleva a enfrentarse a
una situación en donde prevalece la incertidumbre, muchos pacientes son capaces
de sobrellevarla e incluso puede decirse que hacen las paces con su dolor y conviven
con él; aprenden a sobrellevar los días malos y a disfrutar los días buenos, ya
que por suerte el dolor crónico muchas veces es fluctuante y pareciera que de
vez en cuando se toma un descanso.
Otros pacientes se desmoronan, no
logran aprender a llevar su dolor y por lo tanto este le resulta más molesto, más
pesado y más insoportable. Se trata de
personas que caen en situaciones de ansiedad y depresión que los sumen en una profunda
desesperanza que hace más difícil poder ayudarlos.
La forma en que cada persona “vive
su dolor” es única y depende de un compendio de factores que van desde la
estructura de personalidad, entorno laboral y familiar, situación socioeconómica,
satisfacción personal, autoestima, entre muchos otros. En manos del equipo de salud se encuentra
identificar el momento oportuno para brindar apoyo psicológico y emocional, que
si bien no sustituye a los fármacos y terapias, muchas veces los ayudan a ser más
efectivos.
A fin de cuentas lo importante es
ayudar a que la persona con dolor pueda vivir de la mejor manera posible,
enseñarles que aunque el dolor no desparezca es posible que no sea percibido
como algo tan molesto y que puede tenerse una buena calidad de vida a pesar de
tener una condición incurable, lo cual no es lo mismo ni remotamente se parece
a la condena que reciben por parte de
colegas médicos que los han visto previamente de que “deben acostumbrarse a
vivir con dolor”, dictamen que se relatan con tristeza y angustia en la
consulta.
Comentarios
Publicar un comentario
¿Te gusto este post?, Comparte con nosotros tus comentarios.
Suscribete si quieres recibir una notificación en tu correo cada vez que haya una nueva publicación.